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AGRICULTURA ECOLÓGICA Y CONSERVACIÓN

DEL ECOSISTEMA AGRARIO TRADICIONAL EN LA LIMIA


El agro tradicional ha proporcionado alimentos y otros bienes necesarios de forma continuado durante siglos, gracias a la sabiduría acumulada generación tras generación, los agricultores supieron crear un sistema cíclico y auto-suficiente en perfecta armonía con la naturaleza.

 Una obra de arte con un valor monumental muy poco valorado y respetado por el “galego sapiens” de las últimas décadas, obsesionado forzosamente hacia un productivismo insostenible de nefastos efectos secundarios para el medio ambiente, la salud de los consumidores y del propio agricultor. En Galicia, el sistema derivó (por causas histórico-sociales que permitieron un masivo acceso a la propiedad de la tierra) en el famoso minifundio, tan vilipendiado y condenado por todos los tecnócratas como el máximo responsable del atraso del campo gallego, ignorando por completo sus aspectos positivos.

Esta visión negativista, el éxodo rural, los incendios, las parcelarias, el monocultivo y la agricultura química, pusieron en peligro de extinción un ecosistema de gran biodiversidad y gran belleza paisajística, que paradógicamente es utilizado como imagen de marketing por los propios responsables de su destrucción.

Tenemos buenos ejemplos de estos ecosistemas en todo el país: Terra Cha, la Marina Lucense, Os Ancares, Ribeira Sacra, etc. Pero yo quería, a modo de ejemplo, describir brevemente (más que nada por haber nacido y crecido dentro de él) el "ecosistema agrario tradicional" de la Limia.

Esa Limia reconocida en otros tiempos por la calidad de sus patatas y del ganado (vaca limiá) que pastaba en sus vegas. Y, como no, por la riqueza de la fauna que proliferaba al amparo de las zonas húmedas expandidas por toda la llanura.


El sistema agrario armonizaba de tal forma con la naturaleza, que se confundía con ella misma. El núcleo principal de este sistema agrario lo constituían las plazas de labradío, donde estaban las tierras más fértiles dedicadas, básicamente, a patatas y centeno. Eran amplios espacios con poco arbolado, servidas y delimitadas por amplios caminos.


Después de las plazas y ya en terrenos muy húmedos, nos encontramos con las zonas de prados, siempre enmarcados por setos, robles,  abedul, alisos, fresnos, encebiños y sauces, todos ellos representantes del antiguo bosque autóctono. Estos prados disponían de una inteligente red de regadío que permite filtrar las sales minerales y materia orgánica que arrastran las aguas que bajan de la montaña. Esta técnica de fertilización natural hace crecer una hierba fértil que es segada a principios del verano para conseguir el heno con que se alimenta el ganado en invierno.

A la orilla del río Limia, se sitúan las famosas “Veigas da Limia” extensos pastizales comunales que están inundados, gran parte del año y en los que pacía conjuntamente todo el ganado de la parroquias correspondientes (Ordes, Sainza y Congostro) en convivencia pacífica con cigüeñas, alondras, avefrías, rapiñas, ranas, etc.

En los terrenos más pobres y secos, por lo general ya en la montaña, se dejaban para robledales. Dedicadas a la leña y al cultivo del tojo, que una vez estrado en las cortes, producía el estiércol, principal fertilizante utilizado tradicionalmente.

 Por último, ya cerca de las aldeas y mismo al pié de las casas, se situaban las huertas, ejidos y navás. Estaban dedicadas principalmente a: maíz, patatas, berzas, habas, calabacín, etc. Estaban dotadas de un eficaz sistema de regadío.


En definitiva, el agricultor tradicional limiao, como los del resto de Galicia, sabían aprovechar al máximo la vocación de cada suelo, sacando el mejor rendimiento con el mínimo esfuerzo.



Por desgracia, todo estos valiosos sistemas agrarios están degradándose o desapareciendo por completo debido al abandono de la actividad agraria y ganadera. Pero, principalmente, y como ya ha pasado en prácticamente toda la llanura limiá por causa de las nefastas obras de concentración parcelaria. Éstas, crearon una infraestructura cuadriculada de grandes parcelas, que introdujo al agricultor en una producción basada en el monocultivo, de muy dudoso futuro y devoradora de grandes cantidades de productos químicos y pesticidas que contaminan la mayor riqueza de la Limia, su acuífero. Un enorme desastre y mucho dinero público gastado a cambio de muy poco, pues no se alcanzó uno de los objetivos más importantes, que era frenar el éxodo rural.



Pero ojo, no toda la Limia está domada por los “campos de concentración”, el ecosistema de Rairiz de Veiga resiste al asedio de los burócratas y los bulldozer. Es aquí donde Daiquí intenta demostrar que no es necesario destruir para progresar y crear riqueza.

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